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Retrato de Charly García, el hombre que no eligió este mundo pero aprendió a querer  | El ídolo del rock cumple 74 años este jueves

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Conversar de Charly García se volvió una forma de cuchichear de nuestro país: de su júbilo y de sus heridas, de su talento y de su fragilidad, de una Argentina que encontró en sus canciones un espejo y en su figura uno de los símbolos más incómodos —y brillantes— de su propia historia. 

“No elegí este mundo, pero aprendí a querer”, canta en Cerca de la Revolución. Desde los patios del colegio hasta los escenarios más grandes siempre se percibió la disputa entre un sistema que buscó encasillarlo y su impulso por Forjar universos donde pudiera existir con dispensa. Por todo esto, cuchichear de Charly es además cuchichear de un comediante que desde su infancia intentó escaparle a las formas que se le impusieron.

En un nuevo cumpleaños, artistas que compartieron tablas, amistad y vida con el ídolo de pelillo bicolor reconstruyen en diálogo con Página|12 las manías, ternuras y formas de habitar el mundo del músico más indescifrable del rock argentino. “Ya de pibe se notaba que era diferente. Marcó la historia de muchas generaciones, y en esta última más todavía. Ya lo vemos como un ícono”, cuenta Nito Mestre, compañero de Sui Generis.

Charly García durante una concierto en el Conservatorio

Cuando comenzamos a manar

La profesora de inglés caminaba por el clase mientras daba la clase. Días detrás le había puesto 25 amonestaciones a Nito. Mientras, un jovencito Charly García, extraño a todo, dibujaba en los márgenes de su carpeta. Cuando pasó por su banda, él, sin notar su presencia, respondió al vendaval:

—¿Y a mí qué me importa todo esto?

Más de 50 abriles posteriormente, Nito Mestre todavía se ríe mientras recuerda esta ambiente ingenua que compartieron juntos en las aulas del Instituto Dámaso Centeno, en Caballito. En ese aspecto de un “pibe abundante y desgarbado, con pantalones que no le llegaban a los zapatos”, dice, estaba la semilla de cualquiera que no sabía obedecer del todo. Nito lo resume sin vueltas: “Pero no era jodón ni quilombero ni mandón, sino un pibe diferente, metido adentro”.

Charly García y Nito Mestre

Nadie más que él conoce el proceso de cómo Charly, durante esos últimos abriles de secundaria, mutó de la música clásica al rock. Eran mediados de los sesenta: Los Beatles cambiaron la forma de entender la música y la movida franquista empezaba a tener identidad propia con bandas como Los Gatos, que ya la rompían con «La Balsa«. Mestre lo conoció en ese contexto, en un recreo. Dice que eran “los raros de la escuela” y que cada uno tenía su facción —Charly con To Walk Spanish, él con The Century Indignation— con una búsqueda compartida: “entender cómo deslumbrar una canción”.

– ¿Qué es lo primero que te deja Charly como comediante?

– Con él aprendí a escuchar de verdad. Nos pasábamos tardes enteras escuchando canciones con auriculares, uno frente a otro, desmenuzando los temas de Los Beatles. Primero, la término del bajo; posteriormente la guitarra. Así aprendí a distinguir las armonías, en una habilidad que sigo recomendando aún hoy a los artistas jóvenes.

De ese gimnasia, cuenta Mestre, nació una amistad y un modo nuevo de escuchar rock. Sui Generis sería el refugio de la primera revolución de García. En un país que comenzaba a oscurecerse con la dictadura cívico-militar compuso canciones que hablaban de miedo, inclinación y dispensa. No lo sabía, pero con casi nada vigésimo abriles ya estaba dando voz a una concepción, que aprendió a entender el mundo —y a resistirlo— cantando.

Qué se puede hacer aparte ver películas

De aquel adolescente que desobedecía con un lapicero en el clase nació el comediante que quiso hacerlo con el propio rock. Con La Máquina de hacer pájaros quiso probar hasta dónde podía estirarse una canción sin romperse. “Para el momento político que se vivía, nosotros éramos los que rompíamos las reglas. Encima, García estaba en su mejor momento: como pianista estaba al mango y tenía la dosis exacta de excentricidad y de cordura”, recuerda a este diario José Luis Fernández, bajista que dejó el agrupación Crucis para sumarse a aquella aventura.

Esa obsesión –rememora Fernández con cariño– se extendía más allá de los instrumentos: “Charly vivía al cine con la misma intensidad”. Pasaban madrugadas enteras en Cine Arte, subsuelo de Talcahuano y Lavalle, “donde se mezclaban Bergman, Fellini y la policía”: “Con Oscar (Moro) y Charly pasamos muchas noches en los calabozos porque nos prendían las luces del cine y nos llevaban a todos”, recuerda el músico de 66 abriles, que hoy lidera La Máquina De Hacer Pájaros (por Fernández/Moro/Spina/Vega), agrupación que además cuenta con Juanito Moro –hijo de Oscar– y que se presentará el próximo 21 de noviembre en Niceto Club.

La Máquina durante la compacto de «Películas». FOTO: Miguel Grinberg

La obra completa de La Máquina muestra a un Charly que va más allá del rock convencional de la época. Para José Luis, “esta etapa erróneamente se pasa de abundante” en la carrera de García, que mezcló sintetizadores MOOG, teclados y melotrones: “Cuando morapio Herbie Hancock (pianista y tecladista estadounidense de jazz, a la Argentina) Charly le llevó el LP Películas para que escuche lo que tocaba. No un disco de Sui, ni de Serú, ni de solista. Charly sabía que ahí estaba todo con una calidad grosera”, subraya.

Cuando este agrupación llegó a su fin, Charly quiso seguir con José Luis Fernández y Oscar Moro en Serú Girán. Pero Fernández decidió tomar otro camino. “Le dije a Charly: ‘Mirá, disculpá, pero me voy a ir con los chicos de Crucis a poblar a Estados Unidos’. Creo que hasta el día de hoy no me lo perdona”, recuerda.

Fue, quizá, la primera vez que cualquiera se animó a decirle que no, aunque en esa negativa además había una forma de pasmo: “Me costó muchísimo tocar con un tecladista posteriormente de Manifestarse tocado con él”, concluye.

Vivo bajo la tierra, vivo adentro de mí

Por más de tener una extensa y reconocida carrera adentro de la música popular argentina, Fernando Samalea lleva con mucho orgullo la ceremonial de ser “el baterista de Charly”. Lo acompañó en discos consagratorios de su carrera solista, como Parte de la religión (1987), Filosofía baratura y zapatos de condón (1990) y La hija de la lamento (1994). Y aunque conoció todas las facetas del comediante –compartieron más de 40 abriles de giras, grabaciones y conciertos–, Samalea no puede olvidar al García “veinteañero de pelo abundante, excéntrico y soñador, que desafiaba los moldes de una sociedad que fabricaba productos en serie”.

“Fue pionero del metaverso”, exagera con cariño el baterista y bandoneonista, que considera que cada material de Charly fue además una película y una forma de “traerle sofisticación al rock”: Pubis Inmaculado, Clics Modernos, Piano Bar. Cada composición estaba acompañada por visuales, escenografía y teatralidad. “No hay separación entre su música y la estética. Hacía que todos estemos atraídos bajo su encanto. –continúa Samalea–. Nos regaló una nueva forma de existir en un universo que mezclaba mitología griega, el humor de Groucho Marx y Mel Brooks, cine de culto y de no tanto”.

«El cumple número 42 del Actor, con María Gabriela y el Zorri», recuerda Samalea

“Yo solo tengo esta insuficiente antena/ que me transmite lo que Expresar/ una canción, mi ilusión, mis penas/ y este souvenir”, canta Charly García en Chipi Chipi, de La Hija de la Gota. Pero para Hilda Lizarazu, que con Samalea formó parte de “Los enfermeros” –que acompañó a Charly durante los comienzos de los noventa– “esa insuficiente antena no es tal”: «Es una sensibilidad de 360 grados, que le permite conectarse con el mundo verdadero a través de sus literatura, desde Sui Generis hasta su última canción en inglés con Sting», asegura a Página|12.

Cada día de Charly –cuenta Hilda– estaba impresionado por la composición y la audición obsesiva de vinilos de otros artistas. Pero esa intensidad convivía con momentos de mucha calidez: “Durante las giras salíamos mucho a pasar en bici y a nadar. Tenía muestras de afecto que revelaban un banda profundamente humano”, dice, y agrega: “Es un tipo con una humanidad generosa y todo eso se ve reflejado en su obra y en sus palabras. Por eso recibe baldazos de inclinación constante de generaciones de argentinos”.

No veo televisión ni las revistas

Rosario Ortega, voz de su última etapa, conoció a Charly entre la gracia y lo periódico. “Tranquilamente podría Manifestarse sido un comediante plástico”, recuerda Rosario, que cercano a Samalea, Fabián «Zorrito Von» Quintiero y Joaquín Burgos crearon Beats Modernos, una facción que se presentó este martes en Vorterix para «celebrar al universo García». 

Mientras ríe y camina por la ciudad, cuenta una historieta que define esa mezcla de excentricidad y esplendidez: “Le dejé una guitarra en su casa y, cuando me la devolvió, estaba toda intervenida con dibujos y marcas. Pero nunca pensé que me iba a poner tan acertado de que cualquiera me devolviera una guitarra así”.

Pero Charly además tiene intereses más banales, que lo acercan al humor y lo popular. Rosario se sorprende con su fanatismo por los programas de chimentos. “Ese mundo delirante lo divierte. Me gusta eso de él, porque te muestra un costado opuesto: no tiene carencia de pedante”, asegura. Y justifica: “Es que siempre estuvo muy cercano a personajes coloridos como Maradona o Carlos Saul, era un espacio en el que se sentía cómodo”.

Joaquín Levinton, muy cercano a García durante las últimas dos décadas, complementa esa visión con su humor característico: “Sus canciones son como el manual de Kapelusz, con canciones y una forma de vida te educan muchísimo. Si tuvieras que provocar un manual de instrucciones para ocurrir un día con Charly García, la primera página diría: aerosoles, quitamanchas, teclado, martillo, ganas, coche, tabla de planchar y matafuego”.

En las palabras de Ortega y Levinton se audición todavía esa voz que no puede ser domesticada. “A Charly se le perdonan cosas que a otros no. Todos tenemos contradicciones, él las tiene”, cierra Rosario.

Algún en el mundo piensa en mí

Roque Di Pietro, autor de Esta confusión toca Charly (Sibarita Musical), resume a este diario la tensión de toda una vida: “La obra de Charly estuvo atravesada por la lucha de un individuo delante una clase de poder que lo oprime. Lo vivió con el colegio, la comunidad, los gobiernos, el desencuentro de los vínculos, las drogas o, directa y especialmente, la homicidio”. Entonces, quizás Charly García nunca fue un comediante incomprendido, sino al revés: tuvo un mundo que le quedó pequeño.

Nito Mestre, que lo conoce desde los días en que casi nada eran dos adolescentes con guitarras y auriculares, cree que “ya está más allá, convertido en un clásico, un Mozart del rock que seguirá marcando generaciones”. Y completa Samalea: “Hay poco de su personalidad que hilvana todas las expresiones culturales de nuestro país. Charly sigue dictando el camino y las normas”. Fernández confía en que ya está al nivel de Beethoven y Rosario Ortega, la más fresco de todos, lo mira desde la cercanía y la contradicción: “A Charly hay que quererlo como es, con todos sus mundos. Es un carácter con contradicción y inclinación. Me hizo ver lo que significa ser propio y no transar”.

Pero más allá de las reflexiones y posibles lecturas sobre la vida y obra de Charly García, la respuesta completa siempre se encontrará en sus canciones. “Nunca me preocupo por las cosas, lo hago a mi enfoque, canta en su última canción con Sting.

Al resto, no nos quedará más que aceptar que su música y su vida son un espejo en el que seguimos viéndonos todos y que, cuando el mundo no alcanza, uno puede inventarse otro.

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