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Opinión: La OTAN y la militarización global

La Alianza Atlántica se dispone para la guerra con todos los que no forman parte de su entorno

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La Organización del Atlántico Norte (OTAN), alianza militar que congrega a 28 Estados de Europa junto a Estados Unidos y Canadá, realizó su Cumbre en Madrid, en la que definió a Rusia y a China como sus enemigos al tiempo que decretó el final de la etapa de la globalización neoliberal. La militarización de la producción, la distribución, el comercio y la comunicación expresan la consolidación de dos bloques geopolíticos y una subsecuente reconfiguración de las relaciones internacionales.

El documento de la Cumbre, que finalizó el último jueves, expresa el Nuevo Concepto Estratégico de Madrid, basado en una cobertura planetaria. Entre 22 puntos se consigna la necesidad de enfrentar las “amenazas cibernéticas, espaciales, híbridas y asimétricas, y al uso malicioso de tecnologías emergentes y disruptivas”. También señala la necesidad de combatir las prácticas comerciales de sus adversarios y/o enemigos, y define nuevas áreas de incumbencia como la energía y las migraciones –incorporadas en el punto 6 del documento– como dimensiones de tratamiento militar. “Abordaremos –especifica la declaración firmada por los jefes de Estado– de acuerdo con nuestro enfoque de 360 grados, en los dominios terrestre, aéreo, marítimo, cibernético y espacial, y contra todas las amenazas y desafíos”, apelando a una mayor “cooperación civil-militar”, ampliando “la asociación con la industria” y reuniendo a “los gobiernos, el sector privado y la academia para reforzar nuestra ventaja tecnológica”.

Todas las esferas de la vida pasan a estar militarizadas en “operaciones de alta intensidad y multidominio”. La referencia a los procesos migratorios, conceptualizados como una problemática bélica, permite explicar los trágicos sucesos acaecidos en San Antonio –donde murieron asfixiadas 46 personas en un camión con acoplado– y la masacre de Melilla, donde fueron asesinados 37 africanos que buscaban escapar del hambre y la guerra.

La cumbre de Madrid extiende las concepciones planteadas en 2010, referidas a las “amenazas a la seguridad no relacionadas con conflictos armados”, así como las relacionadas con la “la seguridad energética, las cadenas mundiales de distribución comercial, los riesgos sanitarios o el cambio climático”. En ese registro, cualquiera de estas dimensiones deberá ser monitoreada desde una perspectiva bélica y deberá incluir potenciales sanciones y/o justificaciones de injerencia otantista. Un paso más cercano a la guerra híbrida, consistente en el manejo de modalidades de conflictos, operaciones integradas y superpuestas: convencionales, irregulares, espaciales y virtuales, atravesadas por manipulaciones diplomáticas, mediáticas y judiciales, estructuradas sobre la base de operaciones de configuración cognitiva de las poblaciones.

En Madrid se inició el procedimiento estatutario dispuesto para el ingreso de otros dos miembros, Finlandia y Suecia, al tiempo que se suscribió la instalación de una base militar en Polonia, donde residirá el cuartel general permanente para el quinto cuerpo de ejército de los Estados Unidos. Para convertirse en multidominio, la OTAN se propone –además de orientarse hacia el Este, para cercar más a Moscú y a Beijing– ampliarse hacia el Atlántico Sur, instalando bases operativas en África, América Latina y la Antártida. En una segunda fase, estipulan, buscará la expansión hacia el Ártico.

El objetivo estratégico de la OTAN durante la Guerra Fría se resumía en la contención, es decir dificultar la expansión de la Unión Soviética y el resto de los países ubicados detrás de la que se denominaba “la cortina de hierro”. Por el contrario, el objetivo actual de la Alianza Atlántica, comunicado por su secretario general, el noruego Jens Stoltenberg, consiste en la búsqueda por desarticular la soberanía de los países considerados enemigos (la Federación Rusa) y/o adversarios (China, Venezuela e Irán, entre otros). Para lograr ese propósito se requiere moldear el orden mundial de acuerdo con la visión y los intereses de los tres ejes corporativos de dominación, definidos originalmente por Washington: las transnacionales, los centros financieros y el complejo militar-industrial, integrados por directores intercambiables que entran y salen por puertas giratorias. Esos tres colectivos, articulados, se constituyen en el centro de la propuesta atlantista de hegemonía global, que consideran actualmente desafiada por la entente sino-rusa.

La militarización de la economía, conceptualizada por el documento de la OTAN, generó el incremento del precio de los fertilizantes y la energía, provocando inflación y escasez alimentaria en el sur global. “Creo que quienes proponen estas decisiones tienen la ilusión de que podrán intimidar a Rusia, contenerla de alguna manera. No tendrán éxito”, precisó el viceministro de Exteriores, Serguei Riabkov, el último miércoles.

La destrucción de países como Irak, Siria, Yemen, Somalia, Sudan y Libia es la expresión de esa direccionalidad, en términos de desintegrar aquello que no puede ser moldeado: se tratará de darle continuidad al desmembramiento de países díscolos para transformarlos en Estados fallidos y lograr, de esa manera, controlar sus recursos e imposibilitar la vinculación con Rusia o China. La nueva etapa de la OTAN amplía sus facultades, designando como objetivo a las redes de cooperación interestatal: buscará entorpecer los vínculos y las lógicas de cooperación desplegadas por países considerados enemigos o adversarios.

Como parte de esa tarea, se buscará el desmembramiento de la Ruta de la Seda, con el objeto de disminuir la influencia de Beijing. Los primeros ensayos de esta orientación estratégica, sin embargo, no han sido efectivos: las sanciones unilaterales (económicas, comerciales y financieras) orientadas a debilitar a Moscú se convertirán en el paradigma de esta nueva concepción atlantista, destinada a orientar con perfil militarizado las dimensiones económicas, sociales y culturales de las relaciones internacionales: “La República Popular China –señaló Stoltenberg el último miércoles– desafía nuestros intereses, seguridad y valores, y busca socavar el orden internacional basado en reglas (…) Hemos de tener en cuenta las consecuencias para nuestra seguridad cuando vemos que China (…) intenta el control de infraestructuras estratégicas, por ejemplo el 5G, la red de telefonía de última generación”.

Jorge Elbaum

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