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El feminismo abolicionista y sus contradicciones

Al comenzar esta columna expusimos las bases del feminismo: la igualdad real entre los géneros y el fin de la violencia machista. Teniendo en cuenta esta premisa, analizaremos las bases del feminismo abolicionista y las contradicciones que se dan al interior de esta corriente.

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Las bases del abolicionismo

¿A qué debe su nombre este movimiento?, ¿qué es lo que pretende abolir?. Pues, en primera instancia, una abolicionista nos contestaría que buscan abolir la prostitución ya que consideran que brindar un servicio sexual por dinero no es «digno». Argumentan que la prostitución refleja la supremacía de los hombres sobre el cuerpo de las mujeres reforzando la noción de autoridad patriarcal. De igual manera empatan la prostitución con la trata de personas, es decir, para las abolicionistas que una mujer sea secuestrada y obligada a tener sexo con varios hombres en contra de su voluntad, a cambio de un dinero que jamás llega a sus bolsillos sino que cobra el proxeneta que controla el prostíbulo clandestino en dónde la tienen en cautiverio, es igual que la situación que elige aquella mujer que pudiendo ejercer algún otro tipo de trabajo «digno», prefiere brindar un servicio sexual de manera autónoma para solventar sus gastos.

Las abolicionistas parecieran consultar algún manual de la «buena feminista» antes de establecer qué trabajos son dignos y qué trabajos no lo son, de qué manera es correcta utilizar el cuerpo para el trabajo y de qué manera no lo es. ¿Es más «digno» inseminar» manualmente a una vaca que practicarle sexo oral a un desconocido?, ¿o dejarse basurear cotidianamente por un jefe de oficina insoportable en lugar de trabajar de manera autónoma?, ¿limpiar la mierda de otros en lugar de un intercambio sexual?.

Para las abolicionistas la prostitución es una de las tantas formas en que se expresa la violencia de género, que produce daños físicos y psíquicos contra las mujeres que ven comprometida su identidad y subjetividad al ejercerla. Perciben el trabajo sexual como una institución primitivamente patriarcal basada en el dominio masculino y la cosificación de los cuerpos de las mujeres, por lo que en realidad desde su concepción nunca podría entenderse prostitución como trabajo sexual.

Coincido con esta postura en que la prostitución fue siempre una institución patriarcal, pero me pregunto que sucedería si le permitiésemos a las mujeres que la ejercen tomar realmente el control, reconociendo y avalando su organización.

Dentro de los argumentos abolicionistas hay uno que llama poderosamente la atención: consideran que reglamentar la prostitución es una conducta propia de los países subdesarrollados para obtener una ganancia explotando sexualmente a las mujeres. Sólo es posible considerar esta opción si se niega la organización autónoma de las trabajadoras sexuales, que en nuestro país se nuclea principalmente en la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR).

Si las mujeres mayores de edad, en pleno uso de sus facultades mentales, contando con otras posibilidades laborales, eligen libremente la prostitución como medio de vida, ¿es correcto seguir pensando que la prostitución es una institución estrictamente patriarcal?. Si nos pusiéramos a hilar fino, creo que hoy en día hay pocos trabajos que escapen a lo que el patriarcado nos ha dictado siempre: el trabajo doméstico siempre es ejercido por mujeres, como son mujeres la gran mayoría de las maestras de jardín o las niñeras, de igual manera es extraño encontrar a una mujer manejando un transporte público o trabajando en un taller mecánico. Nos queda un largo camino por recorrer hasta poder hablar del empleo de las mujeres sin que este se encuentre sujeto a las normas del heteropatriarcado, y la prostitución sólo es un ejemplo más de lo mucho que nos falta por recorrer, pero darles el espacio a las prostitutas para que pongan las reglas sobre su trabajo, sería, a mi parecer, un avance beneficioso para todas las mujeres.

Lo que esconde el abolicionismo

¿Qué es lo que no dicen las abolicionistas?. Por empezar no cuestionan la noción de «trabajo digno» sino que reproducen lo que es socialmente aceptado, es decir, aquella construcción respecto de la noción del trabajo que tiene sus cimientos en el sistema capitalista, un sistema desigual que permite que el 1% de la población mundial disfrute de las riquezas generadas por el 99% restante, a base de la explotación cotidiana de las masas. Lo que se comprende habitualmente por «trabajo digno» no hace más que reforzar la idea de que es «correcto» tener un trabajo mal pago, que consume la mayor parte de nuestro tiempo y energías, que muchas veces se desarrolla en un ámbito insalubre bajo condiciones nefastas pero que es socialmente aceptado.

Niegan, de antemano, la capacidad de las mujeres de decidir por sí mismas, de evaluar su entorno, de decidir sobre sus cuerpos, sobre sus trabajos y, por ende, sobre su vida, lo cual suena poco feminista. Por otro lado, al emparentar trata de personas y prostitución, colocan siempre a las putas en un lugar de víctima que lo único que consigue es vulnerabilizar sus condiciones de trabajo.

Es curioso leer en algunas entrevistas a ciertas abolicionistas que se consideran las «vacas sagradas» del feminismo, hablar sobre «feminismo salvaje», sobre la falta de compasión de estas mujeres que sí creen que el trabajo sexual es un trabajo como cualquier otro. Pareciera que ellas dictaminan qué es lo que está bien que haga una mujer con su cuerpo y qué está mal. Es decir, se esconden bajo un discurso feminista pero continuan reproduciendo las bases del machismo, aquellas que consideran a la mujer como una «menor» mentalmente hablando, que no posee las herramientas necesarias para decidir sobre su cuerpo.

Está claro que la trata de personas, mujeres en su gran gran mayoría, es una problemática existente hace siglos y que lejos de desaparecer se recrudece más con la complicidad policial y la del Estado. También es cierto que muchas mujeres de bajos recursos optan por la prostitución como mero método de supervivencia y es en este contexto que son víctimas de una violencia sexual sin igual, pero simplificar el asunto y pensar que todas las prostitutas  son víctimas de sus circunstancias es negar la heterogeneidad existente dentro la prostitución como fenómeno social.

Muchas mujeres pudiendo ejercer otro tipo de trabajos (empleada doméstica, secretaria, cajera de supermercado, etc), elige ofrecer un servicio sexual a cambio de dinero, porque de esta manera ganará mejor, tendrá más autonomía o simplemente porque le gusta hacerlo. ¿Quiénes somo para juzgar las decisiones de otras mujeres mayores de edad y con plena consciencia de sus actos?, ¿se le cuestiona, acaso, al empleado de un call center que trabaja bajo condiciones laborales nefastas, por qué ejerce ese trabajo?, ¿se considera «indigno» el trabajo del taxista que pasa 12 horas por día manejando en una ciudad con un tráfico insoportable?. Pareciera que todos los cuestionamientos, interpelaciones y prejuicios sólo apuntan al trabajo sexual. En esta sociedad capitalista la gran gran mayoría de los trabajadores estamos siendo explotados y somos conscientes de eso, ¿por qué meternos, entonces, sólo con las putas?.

El feminismo cuenta entre sus máximas el hecho de cuestionar las nociones que son han sido socialmente dadas, ¿no habría, entonces, que comenzar a cuestionar la noción de digno e indigno?, o por lo menos, lo que las abolicionistas no deberían perder de vista, es que todos los pilares de esta sociedad patriarcal que nos ha subyugado durante siglos, tal como la noción de «trabajo digno», fueron construidos a partir de la visión y los intereses de los hombres machistas que nos pretenden sumisas.

El sexo como trabajo

De igual manera la sexualidad está atravesada por un conjunto de prejuicios populares que pretenden dictaminar que podemos hacer y que no podemos hacer con nuestros cuerpos. Desde este lugar es que las abolicionistas determinan que ofrecer servicios sexuales no debe hacerse, ya que según sus parecer, o en palabras de la abolicionista Marta Fontenla «el cuerpo no es una cosa, no es una propiedad, como una casa, un vaso que compras o vendes». Es decir que, reinterpretando la frase de esta abanderada del abolicionismo, el cuerpo no es propiedad de quién lo habita, sino propiedad de una sociedad históricamente machista, según la cual debe estar sujeto a las normas de moral y buenas costumbres.

Tampoco hay que perder de vista que se deja de lado la concepción de la prostitución como un trabajo que también ejercen los hombres, en una medida mucho menor que las mujeres desde ya, pero que es, además, tan sólo uno de los diferentes empleos que pueden darse al interior del trabajo sexual, otros de ellos son la pornografía, el sexo telefónico, las web cams, etc.

La sexualidad de las mujeres siempre estuvo atada a las nociones patriarcales, machistas que por un lado consumen diariamente prostitución y pornografía, pero que por el otro se encargan de restringir la sexualidad de las mujeres a la mera reproducción de la especie, es decir, emparentándola con la maternidad. Siempre es mal vista a una mujer que disfruta libremente de su sexualidad sin tabúes, sin seguir mandatos familiares o sociales, o que pretende sacar un rédito económico por tener sexo. Quizás vaya siendo hora de cuestionarnos también sobre estos temas y pensar que las mujeres son tan libres como cualquier hombre de hacer con sus cuerpos aquello que consideren oportuno y beneficioso para ellas mismas.

¿Dónde queda la sororidad de las abolicionistas?

Lo que más me choca de las abolicionistas es su falta de sororidad absoluta. Al negar el diálogo con las trabajadoras sexuales, al negar las realidades que éstas describen de su cotidianidad, al negarse a aceptar que hay mujeres que libremente se prostituyen sin sentirse víctimas de ninguna situación de vulnerabilidad, la sororidad que toda feminista debe ejercer se va por la borda, porque más allá de no contemplar su postura, entorpecen su trabajo y les ponen palos en las rueda de manera constante.

Muchas abolicionistas ejercen cargos en el gobierno y desde su posición se encargan de impulsar leyes punitivas que afectan a las compañeras prostitutas. Al impulsar la clausura de los centros nocturnos en que muchas prostitutas trabajaban, les cierran las fuentes de trabajo, al empatar la noción de trata con la de prostitución las someten a procesos judiciales que las colocan en el lugar de víctimas.

Si bien en nuestro país no está penalizada la prostitución independiente, y si lo está la explotación de la prostitución ajena, las trabajadoras sexuales se ven sometidas día a día a la brutalidad policial que las detiene por estar paradas en las esquinas, al estigma social que las hace esconderse y al allanamiento de los departamentos privados en los que pretenden ejercer su trabajo de manera autónoma. Según Déborah Daich «subsisten algunas regulaciones locales, como las contravenciones o los códigos de faltas que, enmarcadas en el poder de policía, habilitan la discrecionalidad policial y, en la práctica, la penalización de las mujeres en prostitución».

No quiero que se me mal interprete: el trabajo que realizan las abolicionistas contra la trata de personas es necesario y valioso, cada mujer privada de su libertad que es rescatada gracias al accionar de esta corriente feminista, es una conquista para toda la lucha, pero si lograran abrir su panorama y dialogar con las trabajadoras sexuales empoderadas, cambiando su visión sobre la prostitución libre y elegida, el cambio que generarían socialmente sería radical.

Las putas también están interesadas en desarmar las redes de trata, no sólo porque esto implicaría destruir una organización ilegal que se encarga de secuestrar y violar sistemáticamente a otras mujeres, sino también porque representaría un beneficio económico para ellas: más clientes que se acercarían a sus puestos de trabajos. Reconocer su organización y sus demandas laborales, permitirles llevar un registro a nivel nacional de las trabajadoras, sería un avance enorme que destruiría de a poco el accionar de las redes de trata.

El feminismo es una corriente enorme y muy heterogénea, ya que implica a la mitad de la humanidad: las mujeres y como las mujeres, casualmente, somos personas, tenemos miles de puntos de vista distintos, de creencias diferentes, de intereses dispares. Todas las voces deben ser escuchadas y estar abiertas al diálogo, ya que es la única manera de que nos enriquezcamos las unas a las otras y podamos construir un futuro mejor para todas nosotras, pero no dejo de preguntarme por qué se les teme tanto a las putas organizadas, ¿será porque vienen a dar vuelta el tablero de una vez y para siempre, y a asegurarse que esta sea una revolución verdadera y de raíz?.

Destruyendo los estereotipos de género, las nociones preestablecidas sobre trabajo digno e indigno, sobre la sexualidad feminina, empoderando a todas las mujeres para que sean libres de ejercer el trabajo que quieran en un contexto seguro y justo, nada volvería a ser lo mismo.

Cárol Cortázar.-

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