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Mansplaining, el micromachismo por excelencia

En la columna de hoy nos detendremos a analizar el término "mansplaining", un tipo de machismo sutil pero nada inocente.

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Mansplaining es un término relativamente nuevo, un neologismo que proviene de la unión de los términos, en inglés, man= hombre y explaining= explicar.

Los hombres que lo explican todo

Toda mujer se ha visto disminuida, por lo menos una vez en su vida, durante una charla que parecía amena, a la explicación totalizadora de un hombre. Es que el masplaining es uno de los micromachismos más comunes, el micromachismo por excelencia, podríamos decir, ya que permite que el machismo se manifieste sutilmente mediante una práctica socialmente aceptada y de inocente apariencia. Pero analizándolo a fondo, nos percatamos de que no tiene nada de inocente ya que refuerzan la equívoca idea de que la mujer es un ser inferior que debe mostrarse sumisa y callada.

Los hombres que monopolizan las conversaciones o que, directamente, menosprecian la palabra de las mujeres mediante una actitud paternalista y condescendiente, están ejerciendo uno de los privilegios más arraigados que el heteropatriarcado les dió: el poder de opinar sobre cualquier tema sin conocimiento de causa. Tienen la ferviente creencia de que las mujeres necesitamos de su generosa explicación para comprender los más variados temas, a ser por ejemplo uno de ellos, el machismo que busca someternos diariamente a determinadas normas de conducta.

Evidentemente esta actitud masculina de lo más común, pone en evidencia un enunciado machista: las mujeres necesitamos que los hombres nos ayuden a comprender porque nuestras capacidades están por debajo de las suyas, como si los genitales tuviesen una relación directa con la inteligencia.

Los «consejos» de los hombres

Es muy común que los hombres ejerzan el mansplaining adoptando una aparente actitud conciliadora y consejera, como si en realidad sólo quisieran lo mejor para las pobres e ignorantes mujeres que los rodean. Por ejemplo, de un tiempo a esta parte y gracias al feminismo que va siendo cada vez más fuerte en nuestro país y en el mundo entero, los hombres se sienten capacitados para darnos «consejos» a la feministas respecto de cómo encarar una lucha que nos compete, en primera instancia, a nosotras. Se sienten con el derecho de decirnos cómo terminar con un sistema construido e implementado históricamente por hombres, porque, parecen tenerlo muy claro, las mujeres no tenemos las herramientas necesarias para evaluar y modificar nuestro entorno.

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«Esa actitud no le hace bien a la causa», «esa manera tan agresiva, perjudica la imagen de las feministas», «pintar las iglesias en las marchas pro aborto, no es una buena estrategia». Qué fastidio, ¿no? Los hombres nos aconsejan tomar actitudes más recatadas, menos «escandalosas», actitudes mucho menos visibles con el único fin, según ellos, de «darnos una mano» en esto del feminismo. Muchas gracias muchachos por su generosidad, pero les contamos que si hoy en día es necesario salir a manifestarse públicamente para reclamar por derechos que nos han sido negados sistemáticamente, es justamente por haber sido presas de los pareceres del machismo, por haber acatado, ya que no nos dejaban otra opción, lo convencionalmente aceptado para las mujeres bien, por habernos visto inmersas en un juego cuyas reglas fueron pensadas y ejecutadas exclusivamente por hombres y en su claro beneficio. Lamentamos mucho todas las molestias, pero las estrategias de visibilización que implementamos están pensadas, justamente, para poner los temas de interés sobre la mesa y para que éstos dejen de ser relegados de manera constante. No nos interesa caer bien, nos interesa modificar las condiciones existentes que someten a las mujeres a los deseos de los hombres.

Quizás uno de los ejemplos más claros se dé con el tema aborto. Las últimas semanas hemos escuchado toda clase de opiniones masculinas: «si yo fuese mujer, no abortaría», «si yo estuviese embarazada, no podría matar a mi hijo». Señores, ustedes no tienen útero, no tiene conocimiento de causa, no tienen ni la menor idea de lo que implica embarazarse o abortar, no pueden jamás y por cuestiones evidentes que implican nociones de biología básicas, ponerse en nuestro lugar especialmente en un tema semejante. No intenten vendernos sus opiniones nefastas que sólo se encuentran respaldadas por el simple hecho de haber nacido varón.

El valor de la palabra femenina

La práctica del mansplaining es de las más habituales y se encuentra en todos los ámbitos. Hace siglos que la opinión de las mujeres no parece valer por sí misma, a menos que haya un hombre que la avale. ¿Por qué nuestra palabra parece no importar?, ¿por qué siempre se escucha con atención a un varón hablar sobre temas de los que sabe poco y nada, y no se le presta la misma predisposición a una mujer capacitada? Lamentablemente estas son preguntas muy fáciles de responder: porque el patriarcado no se apoderó sólo de nuestros cuerpos y nuestras mentes, sino también de nuestras palabras y se encargó de infravalorarlas a lo largo de toda la historia hasta conseguir que la palabra de una mujer tenga una valoración nula, que no cuente, que no sea escuchada, que a nadie le importe. Pero los vientos de cambio son cada vez más fuertes y las mujeres vamos consiguiendo, poco a poco, con esfuerzo y practicando la sororidad diariamente, hacernos un camino, hacernos escuchar y hacernos valer. Porque el feminismo va a vencer, ¿y el patriarcado?, el patriarcado va a caer!

A los hombres amantes del mansplaining les damos una pequeña recomendación: aprendan a ejercitar la humildad y el hermoso arte de saber escuchar. No se lo tomen a mal compañeros, es un simple consejo con la mejor de las intenciones, pensando en su beneficio.

Cárol Cortázar.-

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