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Nafta al fuego

"La OTAN impulsa la continuidad de la guerra hasta sacrificar al último ucraniano", por Jorge Elbaum.

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La Organización de Atlántico Norte (OTAN) coordina, desde sus oficinas en Mons, en las cercanías de Bruselas, un programa dedicado a enfrentar a la Federación Rusa a través de la implementación de tres tareas convergentes: la aplicación de sanciones económicas (directas e indirectas), la introducción de material bélico dentro de Ucrania y la generación de un programa comunicacional y digital. Para las tres operaciones, la Alianza cuenta con la colaboración forzosa de grandes empresas trasnacionales alineadas a la lógica bélica. En la guerra parece no haber libertad de mercado ni exigencias de reducción del tamaño de los Estados.

La hiperactividad de la Alianza Atlántica es el resultado de los límites estratégicos impuestos por Vladimir Putin luego de la incorporación progresiva de países a la Alianza, desde la década del ’90 hasta la actualidad. Nunca en la historia –ni siquiera en la crisis de los misiles en 1961– un país impuso un límite riguroso a la OTAN. Esa demarcación estricta –sostenida por el potencial nuclear ruso– supone una derrota indisimulable para la Unión Europea y para los Estados Unidos.

Las operaciones de análisis, control y difusión de contenidos son ejecutadas por la Agencia de Información y Comunicación (NCIA, por su sigla en inglés) de la que depende un Centro Técnico de Inteligencia (NCIRC) donde se planifican las actividades específicas de ciberguerra, que incluyen la Big Data, la inteligencia artificial y el vínculo con las grandes plataformas trasnacionales privadas del GAFAM, iniciales de Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft. La agenda de la NCIA muestra de forma explícita su programa de censura y promoción. Por un lado, se encuentra abocada a reducir, tergiversar, eliminar y/o censurar los registros de determinados acontecimientos del pasado y del presente, tanto rusos como ucranianos. Por el otro, se busca instituir y otorgarles preeminencia a sucesos aptos para el consumo y la digestión comunicacional de aquello que se denomina el “occidente civilizado”.

Los contenidos censurados o eliminados de plataformas, portales y redes sociales, inducidos por la NCIA, incluyen la limpieza étnica ejecutada en el Donbas por parte de las fuerzas armadas ucranianas entre 2014 y 2021. Dicho genocidio –que tuvo como víctimas prioritarias a los ruso-hablantes– dejó como resultado alrededor de 15.000 víctimas, entre ellos más de 200 niños, niñas y adolescentes.

Otro de los hechos suprimidos remite a la proscripción en Ucrania, a partir de febrero de 2014, de once partidos políticos considerados enemigos de la nacionalidad, y el posterior procesamiento y detención de 34 legisladores pertenecientes a esos movimientos políticos excluidos del Parlamento. Esas persecuciones han sido impulsadas por una importante corriente de opinión neonazi –con presencia relevante en el oeste ucraniano– que exhibe una clara orientación rusofóbica. Dicha animadversión –de los ucranianos del oeste hacia los rusos– tiene como antecedente mítico la creencia acendrada de ser los verdaderos descendientes de los vikingos, fundadores del Rus de Kiev en el siglo IX. Los nacionalistas que se sumaron a las tropas alemanas en 1941 coincidían con los nazis en su odio hacia los eslavos, considerados por los primeros como una raza inferior.

Esa es la orientación política de quienes tomaron el poder en febrero de 2014 e iniciaron el hostigamiento de la población ruso-hablante, así como un proceso de revisionismo respecto a los héroes y emblemas de lo que en la Federación Rusa se sigue denominando Gran Guerra Patria: se derribaron estatuas de los que enfrentaron a los nazis y en su lugar ubicaron bustos de quienes fueron sus colaboradores. Ese nueva cultura nacionalista dio lugar a la proliferación de batallones paramilitares que reivindican como emblema identitario a Stepan Bandera, un oficial de las SS hitlerista, designado como héroe nacional por Ucrania en 2018. Bandera lideró en los años ‘30 y ’40 la Organización de Nacionalistas Ucranianos, de la cual varios miembros fueron condenados por haber sido partícipes del genocidio de un millón y medio de judíos, medio millón de combatientes del Ejército Rojo y 120.000 gitanos.

Otro de los elementos que la NCIA ha solicitado o exigido silenciar es la difusión de información sobre los corredores humanitarios propuestos y garantizados por Rusia, emplazados en las zonas donde se desarrollan los combates. Desde el inicio de la operación militar decidida por Moscú, se han producido alrededor de 100 evacuaciones. Las últimas fueron efectivizadas en Berdiansk, Tokmak, Energodar y Zaporiyia. En las últimas dos semanas, han sido censurados y eliminados testimonios de los evacuados en todas las plataformas controladas o momentáneamente asociadas a las actividades comunicacionales de la OTAN.

Relatos de guerra

La nueva sede de la OTAN en Bélgica, inaugurada en 2018.

Estas operaciones destinadas a demonizar, silenciar y al mismo tiempo empoderar a la Ucrania otantista se inscriben en el espacio total de una guerra cognitiva basada en censuras, bloqueos tecnológicos, difusión segmentada por audiencias, informaciones falsas e impugnación de datos provenientes de fuentes imparciales, neutrales o rusas. En este marco, la comunicación de guerra supone una coacción psicológica que impide la comprensión, que confunde, demoniza, deshistoriza y etiqueta como enemigo a quien no acepta el pensamiento único neoliberal.

Las operaciones de manipulación psicológica buscan en forma denodada empoderar a uno de los actores en conflicto y, en forma simultánea, desacreditar al oponente. Se busca manipular de forma extorsiva a la opinión pública mundial, caracterizando como inmorales o criminales a quienes intentan desentrañar las causas profundas de la guerra. Procura, en ese marco, movilizar la confianza, la empatía y la adhesión en relación con uno de los antagonistas, y producir el aborrecimiento y el odio del restante. Esta operación incluye la utilización deliberada de mecanismos de sugestión acordes a las estructuras de significación previas y reguladas por los aparatos mediáticos y las redes sociales. Para este objetivo fue recuperado el pasado actoral del Presidente ucraniano Volodímir Zelenski, famoso en su país –desde el año 2003– como un conocido comediante. Su histrionismo fue considerado por la NCIA como una fortaleza decisiva comparada con la reserva y discreción denotada por Vladimir Putin. La proliferación de videoconferencias en las que aparece el Presidente de Ucrania fue testeada previamente por la NCIRC y continúa siendo monitoreada por dicho Centro de Inteligencia.

La historiadora Margaret MacMillan señala que la guerra incluye un teatro de escenificaciones destinado a confundir y manipular al enemigo y a empoderar a las tropas partícipes del conflicto. A partir del siglo XXI se busca incorporar a la opinión pública global a todas los conflictos. Los Estados atlantistas, asociados a las empresas trasnacionales, especialmente a las corporaciones de plataforma, buscan introyectar enemigos prefijados y cosificados. Para que ese cometido sea eficaz, debe silenciarse cualquier atisbo de crítica o de posiciones alternativas. La exclusión de los medios Rusia TV y Sputnik –en varios soportes virtuales y grilla de cables– es una de las evidencias de esta maniobra.

En la actualidad existen 4.660 millones de usuarios activos de redes sociales a nivel global. Ese universo es penetrado diariamente por imágenes, videos, relatos, testimonios e interpretaciones de lo que sucede en Ucrania. Son espectadores de bombardeos, heridos, lanzamientos de cohetes, vuelos rasantes y versiones bélicas digitadas. La guerra y sus exégesis sesgadas son transmitidas por celulares con estricto control de destinatario.

Los bombardeos de la OTAN de marzo y junio de 1999 –luego de los perpetrados en 1995 en el mismo territorio balcánico– produjeron la muerte de 1.700 militares y 5.700 civiles. Esa decisión de la OTAN generó una inmediata metamorfosis en el esquema de defensa de la Federación Rusa. La decisión unilateral de Washington de quebrar el derecho internacional generó una inmediata réplica rusa: la publicación de su renovada Doctrina Militar. El documento fue debatido durante un lustro, pero fue modificado después de los acontecimientos en los Balcanes.

La República Federal de Yugoslavia –histórica aliada de Rusia– fue atacada en dos oportunidades por la OTAN. En ambos casos, en 1995 y en 1999, Rusia impuso su derecho de veto en el Consejo de Seguridad, pero la Alianza decidió violar la Carta fundacional de las Naciones Unidas, en forma unilateral, al no respetar el principio que inhibía acciones militares cuando algunos de los cinco integrantes permanentes del Consejo de Seguridad decidían su oposición. En 2009, la ex fiscal del Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia, Carla del Ponte, cuestionó la legalidad del ataque implementado por la OTAN y aceptó que los crímenes cometidos por esa Alianza no podían ser investigados dada la hegemonía global ostentada por Estados Unidos.

El 17 de diciembre de 1999 se hicieron públicos –como admonición– algunos capítulos dedicados a las consideraciones geopolíticas y a sus correspondientes orientaciones estratégicas. Respecto al primer aspecto, se advertía que “los intentos de ignorar los intereses de Rusia en el tratamiento de los principales problemas en las relaciones internacionales –incluyendo situaciones de conflicto– pueden minar la seguridad y la estabilidad internacionales”.

Por su parte, las consideraciones técnico-militares postulan un modelo denominado de “caldera”, análogo al ejecutado en Stalingrado a partir de agosto de 1943: la alternancia de ataques e inacciones orientadas a desgastar al oponente mientras se le ofrece una vía de escape para acorralarlo en la fuga. La intermitencia y la secuencia discontinua se utilizan para desconcertar y desalentar al contendiente. Las acciones desarrolladas inicialmente en el oeste de Ucrania y la concentración en el puerto de Mariupol evidencian que se están llevando a cabo, de forma pormenorizada, las indicaciones estipuladas en los documentos hechos públicos en las últimas semanas del siglo pasado.

Sin embargo, lo que aparece como indudable es la huella del límite impuesto por Putin. Esa demarcación tendrá consecuencias decisivas en las próximas décadas, más allá de la eficacia de la guerra cognitiva desplegada por la OTAN. Hua Chunying, vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores de Beijing, señaló meses atrás que Washington era “el culpable de las tensiones actuales que rodean a Ucrania (…) Cuando Estados Unidos impulsó la expansión de la OTAN hasta las puertas de Rusia, y desplegó armas estratégicas ofensivas (…) ¿pensó en las consecuencias que suponía empujar a un gran país contra la pared?” Los periodistas presentes en la exposición brindada por el vocero de la cancillería china recordaron, al finalizar la declaración, una frase de Leonardo Da Vinci: “La amenaza es el arma del amenazado”.

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